El Carro, Arcano VII

El carro, del Tarot Madretierra
Imagen: Amorina Amato

En la isla sólo quedaban mujeres, niños y ancianos, los hombres tuvieron que partir. Durante años se mantuvieron escondidos y aislados por la espesura de los pastos y los canales del río… El silencio era la forma de vida, era el sistema ya reconocido, no había cantos, fiestas, danzas ni gritos, sólo silencio, susurros y gestos.


Ese verano el calor agobiante ponía al límite la paciencia, las orillas del río estaban negadas, sólo de noche se disfrutaban, cuando la luna no brillaba.
Las hierbas eran las únicas que se revelaban, creciendo descontroladas, sólo ellas parecían tener la libertad de crecer escandalosamente, sin miedo y sin cautela.


Yanitza ya estaba molesta desde hacía días, no recordaba bien por qué, el calor, un dolor, un enojo que no pudo procesar, el por qué llevaban así tanto tiempo, el silencio irritable, y las prohibiciones inagotables. Sentía que se estaba opacando y achicando. Tenía ganas de gritar, de correr, de patear… así se durmió debajo de la madreselva, con la rabia del llanto contenido, agotada y sin fuerzas ni para llorar.


Soñó que la enredadera tejía con sus flores dulces, puentes resistentes, caminos flotantes, y Yanitza los caminaba con temor de dejar el pasado atrás, pero con las ganas de la libertad.
Cada paso una trama, cada trama una base, Yanitza miraba hacia atrás y todo era conocido, yermo, gris; miraba hacia delante y el verde de las hojas acolchonaban la pisada; el blanco y amarillo de las flores iluminaban el
camino, la fragancia la embriagaba y la invitaba a seguir
avanzando.


Yanitza soñaba como en cada paso se desnudaba de silencios, de obediencias, de ocultamientos, eran como velos que caían y se desintegraban en lo profundo de la altura. Caían quietudes, limitaciones, noes, gritos ahogados, aceptaciones incómodas, susurros y tantas, tantas
otras ataduras.


Cada paso, cada vez más liviana y convencida, hacia delante, si se puede, vamos por más, comenzó a suspirar y tomar aire más profundo, a soltar una aaaaaaaaa larga y ruidosa… Se le había olvidado su tono de voz, le
gustó, abrió los brazos y despejó sus cabellos y gritó su nombre, tan fuerte como pudo, el eco del precipicio se lo devolvió!

Entonces sumó valor y coraje, y desnuda del pasado corrió, corrió y corrió gritando su nombre, hija del viento, caballo libre y salvaje.

La despertó su propia voz, como el eco que le devolvía el precipicio, se encontró desnuda y corriendo a orillas del río, rodeada de los otros habitantes del pueblo, atónitos y muertos de miedo… Esperaron agazapados la muerte, los invasores, el castigo y llegó el amanecer, cayó la noche y volvió amanecer y nada pasó…

Yanitza no volvió a esconder su voz, ni a tragar su risa, tiñó de colores su ropa y se bañó en el río de día.
En el sueño iniciático recuperó su alma, recorrió el camino de la liberación y la renovación.

Extracto del libro: «Madretierra Tarot, un cuento herbal», escrito por Zulma Moreyra. Prohibida su reproducción total o parcial, sin previa autorización de la autora.

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