En lo oscuro de las noches, en las cuevas de los barrancos altos, los impenetrables, dicen los campesinos que viven las salamanqueras, brujas amantes del diablo.
De noche se ve el crispar del fuego, se escuchan quejidos, risas y cantos.
Dicen que allí nadie se acerca, ni los perros ni los gatos, porque es territorio de los amigos del innombrable. Dicen que sólo llegan las serpientes, los caranchos y las sombras de los hombres malos…
Lucio era el hijo del herrero del lugar, un hombre serio, de pocas palabras, muy trabajador, a veces muy gruñón. La madre falleció cuando él
nació.
Lució fue un niño como cualquier otro pero a los 15 comenzó con el problema. Se fue quedando seco, sin fuerzas ni palabras para compartir, la piel se puso amarilla y los ojos verdes de un negro profundo, de su boca sólo salían suspiros y emanaba olores extraños fuertes y rancios, parecía que Lucio se pudría vivo.
Su padre desesperado lo llevó a cuanto médico pudo para sanarlo. Pero nadie encontraba cuál era la afección de Lucio.
Su padre veía como la vida de su hijo se le escapaba de las manos como se le escapó la de su mujer…
Un día a Lucio, le salieron unos granos terribles en la cara que emanaban pus y olor…
Sin decir a nadie tomó provisiones y salió rumbo a los barrancos altos… Atravesó ríos, montes y pantanos. La tercera noche desde que salió de su casa comenzó a ver el crepitar del fuego en las cuevas, algunas voces, silbidos y risas.
El viejo se encomendó al alma de su mujer y así amarró cuerdas y escaló hasta la cueva y allí un grupo de mujeres y hombres bebían y bailaban. Reían, parecían celebrar algo.
Cuando lo vieron se asombraron pero no dejaron de hacer lo suyo… Lo convidaron con un fermento de manzana, carnes y pan. Lo invitaron a la danza pero él no estaba para fiestas.
No era lo que esperaba… No sabía bien que esperaba pero seguro no era eso…
La fiesta terminó por la madrugada, el padre de Lució se durmió por el cansancio y cuando despertó no había nadie a su alrededor.
Dio vueltas durante el día y al caer la noche fue él quien encendió el fuego. La gente fue llegando y arrimando al fuego.
El papá de Lucio volvió pensando como haría lo recomendado, si todo lo vivido fue real o simplemente lo soñó. De lo único que estaba seguro es de que iba hacer lo que tenía que hacer.
Cuando llegó Lucio estaba peor, así que por primera vez en su vida hizo una fiesta en su casa, invitó a todos en el pueblo, casa por casa para asegurarse que viniesen, mandó a preparar mucha comida y bebidas, contrató los mejores músicos de la zona, malabaristas y payasos.
La primera noche ambos sudaron con los pies ardidos y los granos de Lucio ya no existían, la segunda noche Lucio se recuperaba notablemente y lloraron las penas hasta dormirse.
Pero la tercera noche de fiesta Lucio y su padre recibieron a los invitados con sidra y bailaron y bebieron toda la noche hasta vomitar.
Lucio vomitó sus culpas, odios y rencores y el padre vomito dolor, vergüenzas y envidias.
Sin saber porque los invitados también terminaron vomitando, todos descompuestos oliendo feo. El día los encontró limpios, felices y vivos.
Al fin que la fiesta expiatoria se comenzó hacer todos los años, donde más vecinos venían a bailar hasta que ardan los pies, sudan las sombras y vomitan al demonio.
Extracto del libro, «Madretierra tarot, un cuento herbal», escrito por Zulma Moreyra. Prohibida su reproducción total o parcial sin previa autorización de la autora.