Su madre era una diosa de corazón puro, guardiana de la palabra, de los versos, de los libros sagrados, que se enamoró perdidamente de un humano, el rey de Elenas, un poderoso monarca justo y valiente.
El amor no midió ni estatus, ni distancias, los unió en la urgencia de los cuerpos, en la simpleza y en la dulzura de una palabra. Pidieron la protección de los dioses pero estos la negaron, -¡como un simple mortal osaba enamorar a una Gran Diosa!-. Y el castigo fue fatal.
Pero para sorpresa de los grandes dioses inmutables ante el amor, los enamorados encontraron las formas para continuar su relación y por los siglos de los siglos el amor perduró. De esta unión pura nació un hombre cuerpo de león, amado por sus padres, venerado por su pueblo.
León heredó la sabiduría y calma de su madre y la valentía y el corazón de su padre. Cuando adulto reclamó el lugar de semi dios entre los dioses, estos se burlaron y lo denigraron. Le propusieron pasar tres pruebas y si
las superaba ocuparía un lugar entre ellos. León aceptó confiado en sí mismo.
Primero los dioses enviaron una tormenta de rayos y centellas a su pueblo, días y tres noches cayó fuego del cielo, destruyendo todo.
León enfureció al ver su pueblo herido y el reino de su padre desbastado. Tomó el fuego de los rayos con sus propias manos y los devolvió al origen, pero los dioses se reían porque nada sucedía, Fue su madre la que le
entregó la calma a través de la palabra y el saber: -¡ no ocupes el tiempo en venganza, cada hombre que muere o sufre en el micro cosmos es un dios menos o sin poder en el macrocosmos, la violencia destruye a todos. Pongamos la fuerza en reconstruir y proteger a quienes están vivos.
Y así lo hizo León, tardó meses pero lo logró, su alma volvió a sí misma, y su pueblo lo honró.
La segunda prueba llegó unos años después, una enfermedad fatal lo atacó, perdiendo toda la piel, su bella cabellera dorada cayó, perdió dientes y uñas. Sus úlceras eran huecos profundos y agusanados. Cuando comenzó
la enfermedad estudió, leyó y buscó información con los sabios de su reino, pero nada le alcanzó. La enfermedad avanzaba y él estaba postrado en la cama, entregado, sin fuerzas, sin saber cómo detenerla, el pueblo que tanto lo amaba todas las noches llegaba a puertas del castillo con una vela pidiendo la luz en el camino del hijo del rey.
Fue su padre quien le ayudó a encontrar la medicina, con una simple hierba del diente de león, ayudó a regenerar la sangre de su hijo y la fuerza volvió.
-Hijo, busca en tu corazón, la sabiduría del amor, domina el ego con la virtud de la simpleza y recupera la fuerza vital, ten la valentía y la calma de que todo pasará.
León sanó y se recuperó y volvió más sabio y fuerte que antes.
La última prueba llegó un año después, cabalgando por los parajes del reinado, se recostó a descansar y mientras jugaba con una flor del diente de león, una hermosa mujer se le presentó, su cabello era dorado como el sol, caía en cascadas por sus hombros, sus ojos vivaces y su sonrisa destellante. Nunca vio a nadie así, y nunca sintió algo así, pasaron la tarde juntos riendo, conociéndose, sintiéndose, oliéndose, y al caer la tarde, la mujer rápidamente se fue. León soñó con ella toda la noche y al otro día volvió a su encuentro, pero la mujer jamás regresó.
Esta fue la peor prueba para León, se enamoró y no sabía de quién ni dónde encontrarla. Esta vez ni padre ni madre podían ayudarlo. Emprendió un viaje por su reino, buscando a su amada, cuando no la encontró siguió buscando por reinos cercanos y lejanos, y cuando los lugares en la tierra se terminaron, lejos de desesperar, enrabiar, o desanimarse, tomó coraje y preparó su encuentro con los dioses, y allí encontró a su amada esperándolo con la sonrisa radiante aquella tarde.
Extracto del libro, «Madretierra tarot, un cuento herbal», escrito por Zulma Moreyra. Prohibida su reproducción total o parcial, sin autorización expresa de la autora.